Buscando la Verdad en las Escrituras por Furman Kearley
Probablemente hoy más que nunca, el diablo anda en busca de las almas. Necesitamos toda la ayuda posible para resistir al diablo, vencerle y asegurar nuestra alma como un ancla. El conocimiento de la Palabra de Dios es una de las mejores armas ofensivas y defensivas que tenemos a nuestra disposición para lograr esto.
Nuestro Señor Jesucristo utilizó este conocimiento para vencer y resistir al diablo (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13). Él pasó 40 días en el desierto siendo tentado por el diablo. Nuestro Señor no comió en esos días. Cuando llegó el final de esos días, el diablo le dijo, “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lucas 4:3). Jesús entonces le respondió, “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre” (v. 4), citando Deuteronomio 8:3.
El diablo continuó su tentación mostrando a Jesús todos los reinos del mundo y ofreciendo darle toda la autoridad sobre estas cosas si Jesús le adoraba. Jesús respondió, “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lucas 4:8).
Luego el diablo siguió con su tentación, diciéndole a Jesús, “Échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra (Lucas 4:10-11). Jesús le respondió citando Deuteronomio 6:16, “No tentarás al Señor tu Dios” (Lucas 4:12).
De esta narrativa aprendemos cómo Jesús resistió al diablo y venció sus tentaciones. Se ha inferido de este evento y otros más que Jesús conocía de corazón la Escritura completa y que podía citarla en el momento que él deseara. Tal conocimiento como este es necesario para resistir las tentaciones del diablo. Jesús hizo uso de las Escrituras en Mateo 15 para resistir a los Fariseos, por ende, nos enseña que hagamos lo mismo.
El salmista nos dice del gran valor que tienen las Escrituras. Él nos dice en Salmo 119:163-165, “La mentira aborrezco y abomino; Tu ley amo. Siete veces al día te alabo a causa de tus justos juicios. Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.” De acuerdo a esta verdad, todos los que aman y conocen la ley de Dios no tendrán ocasión de tropiezo o caída.
El salmista dice en Salmo 119:11, “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.” La Palabra de Dios nos ayuda ha resistir las tentaciones, a conocer la verdad, y vencer el error. El salmista dijo en los versículos 5-6, “¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos! Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos.” La Palabra de Dios nos ayuda a no ser puestos en vergüenza y a no ser vencidos por las tentaciones. Casi cada uno de los versículos en el Salmo 119 muestra la necesidad de la Palabra de Dios y cómo nos protege y nos ayuda.
Salmo 19:7-11 dice, “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.”
Pablo nos anima a que conozcamos la Palabra de Dios. Él le dijo a Timoteo, “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios; y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:14-17).
De esta porción de la Escritura aprendemos que desde una temprana edad Timoteo había aprendido la Palabra de Dios. Esta Palabra lo hizo sabio para la salvación. Fue provechosa para enseñar, reprender, corregir, e instruir. Por medio de ellas fue completo y preparado para toda buena obra. Pablo animó a Timoteo a ser un estudiante de la Biblia. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la Palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Cristo conoció la verdad y quiso que la conociéramos. Él nos dijo que Su Palabra es verdad (Juan 17:17) y que esta verdad nos puede dar libertad (Juan 8:32). La verdad puede fortalecernos todo el tiempo contra el diablo.
El pueblo de Dios fue destruido por la falta de conocimiento. Oseas dijo, “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6).
Los americanos son bíblicamente analfabetos. Las encuestas de Gallup Poll y Barna indican que este es el caso. Por más de 50 años, personalmente he observado cuidadosamente estas encuestas relacionadas al conocimiento de la Biblia. Dichas encuestas siempre indican que la gente no está leyendo la Biblia como deberían, especialmente cuando profesamos ser una nación cristiana. Menos del 50 por ciento han leído la Biblia completa. Solamente el 35 al 40 por ciento pueden nombrar los cuatro evangelios.
Los niños han ido en decline en cuanto al entrenamiento religioso. Menos del 35 por ciento asisten regularmente a las clases bíblicas los domingos. Muchos jóvenes de 17 y 18 están dejando la iglesia.
Mucha gente, incluyendo Cristianos, no conocen quien es Abraham, Moisés, David, Isaías o Juan el Bautista. Muchos de ellos no saben de los grandes pueblos y ciudades de la Biblia, tales como Babilonia, Asiria, Egipto, Alejandría, Cartagena, Antioquía y otros lugares.
Debemos estudiar la Biblia. Debemos llegar a un pleno conocimiento de la Palabra de Dios. Debemos utilizar el conocimiento de la Palabra de Dios para resistir las tentaciones y vencer al enemigo, haciendo el bien. El conocimiento de la Biblia es el ancla de nuestras almas.
Adaptado de la edición de Gospel Advocate 2000.
Edición Mayo de 2003
Traducido al Español por Willie A. Alvarenga